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Salto del Tequendama: pulmón de la cuenca baja del Río Bogotá

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hace 6 años

San Antonio del Tequendama, febrero 14 de 2018.

 

 

Una caída de 257 metros, libera de presión, agentes contaminantes y bacterias los 210 kilómetros del caudal recorrido hasta este punto por el río Bogotá, que en este lugar se encuentra en su nivel más alto de contaminación.  Expertos opinan.

 

Aunque geográficamente el Salto del Tequendama se encuentra localizado en la vereda San Francisco de Soacha, ser la puerta de entrada a la provincia del Tequendama, lo convierte en un patrimonio turístico, ambiental e hídrico de las 10 poblaciones que integran la región, donde para nadie es desconocido el Río Bogotá. Y no es para menos, atraviesa siete municipios que con orgullo lo refieren y siempre le encuentran el gusto por visitar.


Su nacimiento, en el páramo de Guacheneque, es cristalino, puro e indeleble.  Allí el afluente vislumbra una energía única, posible gracias a ese espejo de agua que sólo irradia salud y mucha vida.


Más adelante, su encuentro con la humanidad, que es 75% urbana y 25% rural, trae una serie de vicisitudes casi imposibles de nombrar, pues son tantos los elementos que convergen en él, como los atropellos de los que es víctima en medio de una sociedad que ha dado la mayor parte del tiempo la espalda, a una fuente rica en caudal como en potencia.


De ahí, no hay mucho que contar, casi todos lo sabemos, ese paso vertiginoso y turbulento lo entrega con su último aliento al imponente Salto del Tequendama.  Una cascada natural de 256 metros de altura, considerada el primer destino turístico de Colombia en los años 40. 


El Salto, en su historia tiene un componente indígena asociado a los mitos muiscas, que hablan de su conformación como una acción divina creada para evacuar las aguas de Bogotá.  También se le asocia a mitos urbanos, algunos suicidas y a otros fantasmales que a decir verdad, hoy por hoy sólo existen en la voz de unos incrédulos que repiten y repiten lo que escuchan a trozos de otros iguales a ellos.

 

Desde esa inmensidad, una sonora y seductora cascada, recibe el agua casi dormida, que cae al vacío y se estrella con vegetación, ramas y piedras, dando paso a un renovado y fresco río que huele a despertar y a vida.  Gracias a esa caída, el nivel de contaminación que está en su punto más álgido, disminuye y hace sus aguas aptas para la flora y fauna del sector.


Jairo Andrés Peñuela, ingeniero químico y funcionario del área técnica de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca-CAR, explica que este cambio en las condiciones físicas de la cuenca baja del Río Bogotá, se debe a “un proceso de oxigenación y el cambio de energía potencial por energía cinética, que genera descomposición de materia orgánica, disminuyendo la demanda bioquímica de oxígeno y permitiendo que el río retome unas características que mejoran su calidad como tal”.  Razón que permite la disminución de olores y conlleva a la formación de espumas, “que se producen por la presencia de jabones y grasas que, combinadas con la caída y velocidad del Salto del Tequendama, emulsionan y en eso se convierten”, explicó Peñuela.


La caída, que le devuelve parte de la vida perdida durante su paso por la ciudad de Bogotá al río, lo lleva fresco y bastante descontaminado aguas abajo a un encuentro con afluentes provenientes de municipios de San Antonio del Tequendama, Tena y El Colegio, que diluyen los componentes nocivos del río y permiten que productores de la zona, puedan usar esta fuente para riego y actividades agropecuarias.

 

Aunque unos kilómetros más tarde, el río Bogotá vuelve a presentar turbiedad, olores y vuelve a ser inutilizable, no cabe duda que el aire que toma en su llegada al Salto del Tequendama, es un respiro que le devuelve vida, demuestra su potencial y confirma porqué es una riqueza inmensa del centro del país.

 

 

 

Etiquetas: Río Bogotá, Patrimonio turístico, Páramo Guachequene,